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Toreando sesgos argumentales (post-574)

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Hoy publica El País un interesante artículo del filósofo Daniel Innerarity, que reivindica el papel de la mediación democrática y, en particular, de la democracia representativa, para conseguir más pluralidad en los procesos de decisión política.

Innerarity defiende la importancia de la representación como sistema para garantizar la igualdad política, sin la que “no habría avances significativos y todo quedaría en la cólera improductiva del soberano”. Yo estoy de acuerdo con él en el sentido de que, como he dicho muchas veces en esta casa, es una quimera intentar profundizar la democracia solo a base de mecanismos de democracia directa. Hay que mejorar también la representativa, que sigue siendo una pieza imprescindible para completar el puzle.

Sin embargo, el tipo de enfoque que sigue Innerarity, y que he visto en relatos similares, me genera dudas y un cierto sabor agridulce. La razón de mi prudencia obedece a que, en ese discurso, la fuerza de los argumentos se pone siempre en desmontar la imagen idealista y exagerada de la democracia directa (por ejemplo, demostrando que no es tan igualitaria y que también en ella hay formas de elitismo) para compararla con una opción representativa que, en cambio, se presenta en su versión más idealizada, en lo que pudiera a llegar a ser hipotéticamente en el futuro, y que no es, ni lo será.

Lo que quiero decir es que este tipo de razonamiento tiende a comparar la democracia directa real, con sus fallos e imperfecciones (no la construcción más bonita e idealista), con una democracia representativa “de laboratorio”, que está a años luz de la que tenemos. Digo más, y esto es importante, se usa en la comparación un modelo de democracia representativa que ni siquiera se puede conseguir en el mejor de los escenarios, porque la elección de esos representantes o mediadores ya produce un sesgo de selección que desmonta la supuesta igualdad que ésta genera.

Los representantes o mediadores, tal como son elegidos hoy, se abonan a dos grandes fuentes de sesgos, que parecen sistémicos: 1) el sesgo de selección (o sea, los criterios que se siguen para elegirlos), 2) el sesgo de filtrado de las supuestas “soluciones óptimas” que se cuecen en sus propios partidos, y que son las decisiones que ellos defienden en los plenos. Si pudiéramos conseguir que desaparezcan esos dos tipos de sesgos, o sea: 1) se elijan realmente a los mejores, 2) los partidos que le dan las ordenes, y ellos mismos, antepongan el “interés general” sobre el partidista o el personal; el mecanismo de representación sería imbatible. Tendríamos allí a personas informadas, responsables y con tiempo para decidir en nombre de todos. Pero resulta que la realidad no es, ni por asomo así, y lo peor, que existen evidencias razonables de que ese escenario ideal es un imposible.

La desigualdad que Innerarity achaca, con razón, a la democracia directa,  se reproduce a más escala en los mecanismos de representación, que tienden a ser mucho más elitistas y que, dudo, se pueda corregir con un procedimiento distinto al aleatorio (llamado “sortición”), que es el único procedimiento de elección de representantes que no es sesgado o que, hablando con más rigor, reduce el sesgo de una manera realmente significativa.

Por otra parte, me pregunto: ¿qué es “demasiada participación”? Puedo hacer un esfuerzo para suponer lo que quiere decir Innerarity con esa expresión, pero: ¿el problema está en la cantidad o en la calidad de esa participación? No hay nunca “demasiada” participación, sino participación mal o bien gestionada. Y si hablamos de cantidad, más bien lo que se da es “poca”.

Si el modelo representativo ha demostrado que tiene un fallo casi sistémico en la selección de élites, entonces tengo que cuestionarme la eficacia de ese sistema. Y si alguien me dice: “Oye, lo que hay que cambiar es el método de selección de representantes, y no el sistema de decisión“, yo le diría: “pues oye, demos entonces esa posibilidad también al sistema directo“, porque quizás el problema del sistema participativo es de diseño, de cómo se organiza o implementa, y no un fallo per se. De hecho, yo no estoy tan seguro de que sea más fácil crear un sistema de mediación democrática sin los graves sesgos de selección que tiene, que rediseñar la democracia directa para que sea más eficaz.

LO que tenemos hoy en la política institucionalizada (o sea, la representativa) NO “da la impresión”, como dice Innerarity, de frenar la espontaneidad, ponderar intereses y generar una distancia que desempodera a la gente; sino que ocurre REALMENTE eso. No es una impresión, es una realidad. Y lo peor es que sigo teniendo dudas de que exista alguna arquitectura institucional basada en mediadores que corrija eso.

En resumen, solo pido que si nos da un ataque saludable de realismo para juzgar a la democracia directa, entonces que nos dé también con la representativa. Esa sería una manera justa, y seria, de evaluar las opciones que tenemos. Si hacemos eso, entonces podemos llegar a un balance adecuado que aproveche en las dosis correctas ambos sistemas.

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