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Clik here to view.Quiero comentar un pésimo artículo publicado el pasado miércoles en El País por Jordi Pérez Colomé. Es un batiburrillo de ideas inconexas tan mal escrito que lo único que me mueve a hacer esta réplica es desmontar la endeble argumentación con que se pretende justificar la rotundidad del título: “La democracia directa no es la solución”. Puede ser una buena idea que lo leas primero, antes de seguir, para que juzgues por ti mismo/a.
Empezaré diciendo esto: que hayan referéndums/consultas interesadas y poco honestas no significa que el mecanismo tenga que ser así por naturaleza, como insinúa Pérez Colomé con los argumentos y ejemplos que usa en su artículo. Es curioso que entre los politólogos que cita, no hay ni una opinión que haga contrapeso en favor de las ventajas que puede tener la democracia directa, que también las tiene.
El autor empieza cuestionándose que la calidad de la democracia quiera vincularse a la realización de consultas o referéndums. Vale, no es el único factor que deberíamos usar para medir esa calidad porque también importa mejorar la democracia representativa; pero es razonable pensar que la posibilidad de que los ciudadanos se expresen con su propia voz sobre temas relevantes entraña una ventaja notable en términos de legitimidad (y del propio proceso de construcción de una autoestima política) frente a la mediación de representantes. Ceteris paribus, o sea, a igual calidad del sistema representativo, convocar a más (y mejores) consultas directas sobre temas relevantes se debería traducir en más (y mejor) democracia.
Aclaro. Nadie en su sano juicio pretende imponer una “democracia directa pura”, porque en las condiciones actuales no sería viable. Lo que aquí defiendo es una hoja de ruta que nos lleve a introducir cada vez más cuotas de expresión directa en los mecanismos políticos de decisión. Un sistema mixto que mejore la calidad de la democracia representativa pero que al mismo tiempo se plantee explícitamente el objetivo de transferir cuotas crecientes de decisión a los mecanismos directos.
Los ejemplos que se ponen en el artículo son sesgados. Por ejemplo, que en una consulta gane la opción defendida por la cúpula (como ocurrió en las de Podemos y PSOE a sus respectivas bases) no significa que sea deshonesta per se y debamos por eso poner en duda el mecanismo. Lo que hay que discutir es cómo se diseñan las consultas o referéndum, quiénes tienen derecho a convocarlos y bajo qué condiciones. Eso nos permitiría evitar que se celebren sólo cuando a las cúpulas les convenga con un fin “ratificativo” de una decisión tomada, sino que puedan ser impulsadas desde abajo por un mínimo fijado de promotores en cualquier momento, sea el tema y el momento favorable a la cúpula o no.
Que Pedro Sánchez diga que “El referéndum solo traslada a los ciudadanos problemas que deben solucionar los políticos” me parece de las frases más frívolas, soberbias e intolerables que le he escuchado decir a un político en los últimos tiempos. Estimado secretario general del PSOE, la democracia, desde el punto de vista epistemológico, es al revés. Son los ciudadanos los que trasladan a los políticos aquellas decisiones que no puedan tomar por su cuenta, es decir, que por la razón que sea no puedan someter a un mecanismo directo de decisión.
Lo que quiero decir es que la clase política, los partidos y demás órganos de representación son sólo un invento para suplir la dificultad práctica y técnica de que el pueblo decida todo de forma directa. El mecanismo natural, o “nativo” como diría un informático, es el directo, porque para eso se llama democracia (recuerdo la definición: “Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes”), sólo que por razones de eficiencia y/o eficacia, no queda más remedio que confiar buena parte de las decisiones a intermediarios. Como se ve, a Pedro Sánchez le ha dado un ataque de corporativismo profesional que es muy típica en los “expertos” cuando ven amenazados los privilegios que les concede el statu-quo.
Dice el autor que “cuando la pregunta (de una consulta) es difícil, (los ciudadanos) prefieren que sean los políticos quienes la asuman. Para eso les pagan”. Soy de los que piensan que, efectivamente, la dificultad técnica de una pregunta importa y es un factor a tener en cuenta para valorar si debe ser examinada por (una gran diversidad de) expertos en vez de por la ciudadanía. Pero por encima de eso, lo que más importa es el impacto que puede tener esa decisión en la vida de la gente. Si un ciudadano común percibe que una determinada decisión le va a afectar mucho, muchísimo, incluso en varias generaciones, va a querer que le escuchen sin intermediarios porque se juega mucho en ello. Es la percepción de las consecuencias lo que importa en última instancia, incluso más que la complejidad.
Alega el autor que consultas como el #Brexit son “optativas” y que “ningún político está obligado a convocarlas”, así que “si lo hacen sólo es porque les conviene”. No le falta razón en lo del oportunismo de algunos políticos pero es incorrecto usar ese argumento para desacreditar a las consultas directas como mecanismo. A ver, ¿de qué estamos hablando? ¿de cómo conseguir más “calidad democrática” o de qué hacer para complacer los instintos egoístas de la clase política?. Que los políticos sean los que puedan decidir “optativamente” cuándo y cómo convocar referéndums es precisamente un síntoma de pobreza democrática. Que al político no le gusta perder el control, ya lo sabemos. Eso le ocurre a todos los tipos de “expertos”. Pero es obligación de un buen diseño social supeditar esa arbitrariedad al logro de un óptimo democrático. Por otra parte, los políticos honestos, que también los hay, suelen tener la suficiente humildad de reconocer que ciertas decisiones tienen tal entidad que sólo son legítimas por medio de consultas directas.
El autor entra después en una especie de bucle recursivo: “El organizador tiene ventaja siempre. Formula la pregunta, escoge quién puede votar, decide cómo se puede votar y establece qué día se vota”; y entonces de ahí Pérez Colomé llega a la conclusión de que las consultas “no son la solución” y se queda tan pancho; en vez de preguntarse si el problema es la consulta misma o cómo se diseñan. Además, no olvidemos que todo eso ocurre también en la gestión cotidiana de la democracia representativa, donde el organizador (o sea, el que tiene más representación o poder) controla hasta dónde se puede llegar según sus propios intereses. La alternativa que ofrece el statu-quo a la democracia directa está, como sabemos, plagada de defectos, así que también deberíamos poner eso en el balance si queremos hacer un juicio justo y equilibrado de los pros y contras de ambas opciones.
Por otra parte, los plebiscitos no siempre “se ganan porque las condiciones las ponga el organizador”, como afirma Pérez Colomé. Hay evidencias de varias consultas en las que el tiro les ha salido por la culata a sus promotores. Sin ir más lejos, eso le pasó al propio Cameron con el #Brexit, y estuvo muy cerca de ocurrirle con el referéndum de Escocia.
“La democracia ratificativa no es democracia directa” nos cuentan, y estamos de acuerdo, pero seguimos con el sesgo de base: no toda democracia directa tiene que ser “ratificativa”, y que eso ocurra depende de un buen diseño democrático. Que la élite política pueda manipular más o menos depende de las reglas de juego que se fijen para la participación directa de los ciudadanos en democracia.
Para terminar, me gustaría recordar que la democracia directa también puede ejercerse a través de pequeños ejercicios de consulta o plebiscitos sobre temas puntuales y de forma más sistemática. No hay que pensar sólo en eventos tan trascendentales como el #Brexit. Lo que hacen falta son mecanismos para abaratar los costes de las consultas y asegurar su integridad. También fomentar una cultura democrática de la participación para que la gente entienda que debe votar con responsabilidad, algo que recordemos, solo se aprende haciendo, o sea, participando en consultas. Estoy seguro que hoy en el Reino Unido, después de la experiencia del #Brexit, la gente es mucho más consciente de lo que significa ser parte de un proceso de democracia directa, y a partir de ahora se lo tomará más en serio.
Ese es el camino, que la gente se entrene en la cultura de decidir porque así lo hará cada vez mejor. Echar mano para todo de unos “empleados” como los políticos exime a la gente de sentirse más co-responsable del hecho democrático. Reducir las consultas ciudadanas a una bronca electoral cada 4 años me parece, como mínimo, conformarse con demasiado poco.
Nota: La imagen del post pertenece al album de Daniel70mi Falciola en Flickr. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de “suscribirse por mail” que aparece en la esquina superior derecha de esta página. También puedes seguirme por Twitter o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva.
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