Nos hemos despertado hoy conmocionados con el resultado del #Brexit, hasta el punto que estoy leyendo a gente que afirma que la propia convocatoria del Referéndum era inapropiada. A pesar de sentirme contrariado con el desenlace, discrepo de esa opinión. La legitimidad del referéndum del #Brexit no puede ser puesta en duda en ningún caso. Tampoco su oportunidad.
Quien conozca la realidad británica sabe que éste era un dilema que inquietaba a una parte significativa de la población desde hace bastante tiempo. Así que si algo afecta de una forma tan determinante a la ciudadanía, como es la pertenencia a la UE, es lógico que se haga la consulta, y que sea ella la que se pronuncie de forma soberana. El mismo criterio que usamos en su momento para reconocer la validez del referéndum de Escocia debe aplicarse a la consulta del #Brexit.
Pero el #Brexit pone en evidencia la tensión que siempre existe entre legitimidad y eficacia en los Referéndums. Por una parte, y ya lo expliqué en el párrafo anterior, es incuestionable el derecho de la gente a pronunciarse (y decidir) sobre las cosas relevantes que les afectan. Esa es la quintaesencia de la democracia y de la legitimidad que se invoca en su nombre. Pero por otra, se plantea la duda razonable de si el británico o británica de a pie está preparado/a para tomar una decisión técnicamente tan compleja, y tan trascendente a largo plazo, cuando eso requiere manejar muchos datos, entender mecanismos sofisticados de cómo funciona la Unión Europea, y estudiar el impacto de interdependencias actuales y futuras, algo que probablemente no esté al alcance de un votante común. No es solo una cuestión de desconocimiento, sino también de tiempo para informarse, algo que a menudo no se hace.
La duda que ponen sobre la mesa estos procesos es si la legitimidad puede estarse consiguiendo en detrimento de la eficacia, o sea, si podemos conformarnos con una opinión colectiva legítima que nos lleve a una mala decisión. Este es un dilema que, por definición, es irresoluble, porque pensar en una solución alternativa basada en expertos, en una especie de “comité de sabios”, también plantea serios inconvenientes. Por otra parte, tampoco me atrevería a descartar de que se trate de un falso dilema, o sea, que bajo ciertas condiciones (de diseño del proceso) sea posible conciliar legitimidad con eficacia. Yo no tengo (todavía) una respuesta definitiva a esto, y ya hice mis conjeturas al respecto en este artículo: ¿Cómo esperas que la gente común entienda temas complejos?
Que se ponga en marcha un proceso de consulta popular me parece, en este caso, correcto y legítimo, pero tengo serias dudas de si el “mecanismo de agregación” (método para convertir el conjunto de preferencias individuales en una decisión colectiva) utilizado en el #Brexit es el más idóneo. Me voy a repetir en los argumentos que expuse en este otro artículo.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea me parece un cambio demasiado serio, estructural y de impacto a largo plazo (afectaría a varias generaciones), para que una decisión de ese enorme calibre se tome por una mayoría simple de más del 50%. Sé que este es un asunto delicado que puede dar para un largo debate, y hay mucha teoría al respecto, pero mi intuición me dice que una decisión de esa naturaleza debería requerir el respaldo de una mayoría cualificada, o sea, de una súper-mayoría, y no basta para eso una mayoría simple, como ha sido el caso. No sé dónde poner los mínimos porque para eso están los expertos, pero creo que siempre por encima del 60/40.
Lo digo porque lo que hoy es ese frágil 52-48%, mañana puede ser 48-52%. Resulta inquietante imaginar que con que solo cambie de opinión un 1% de los votantes británicos, el futuro de su relación con la UE cambiaría radicalmente. Un resultado tan ajustado es demasiado inestable para todo lo que se juega. En el Referéndum de Escocia también se planteó así, pero a mí me parece un grave error que en casos como éstos se invoque una mayoría simple con márgenes tan estrechos. Insisto, cuando el impacto de una decisión colectiva puede afectar a varias generaciones, como es el caso, hay que elegir un mecanismo que proteja al sistema de los impulsos coyunturales. Para eso existe el sistema de mayoría cualificada, que reduce notablemente la probabilidad de tomar una mala decisión. Este es un ejemplo de lo que decía antes, de que tal vez hayan soluciones de diseño que nos ayuden a atenuar la tensión entre legitimidad y eficacia.
Aunque los referéndums suelen tener razones de fondo que los justifican, no hay que ser ingenuos porque también es verdad que a menudo el proceso de llegar a ellos se acelera, e incluso se hace posible, por la influencia de un montón de fuerzas e intereses de dudosa calidad democrática. Ahí tenemos, por ejemplo, el papel que juegan líderes carismáticos o partidos demagógicos que solo se mueven buscando más cuotas de poder, y también grandes medios de difusión que son manejados por intereses opacos a los que les conviene un determinado resultado. En el #Brexit, el impacto de estas dos fuerzas (liderazgos y prensa) parece haber sido determinante. Pero no hay que exagerar. Si hay un desencanto e inquietud estructural, tarde o temprano va a salir a la superficie reclamando un canal de expresión. Por otra parte, la manipulación de líderes y medios sólo tiene un efecto decisivo cuando las posturas están equilibradas, es decir, cuando la consulta es muy disputada; porque si hay una preferencia de base muy clara, es difícil que esos agentes puedan revertir la situación.
Antes de terminar, no quiero olvidar un último asunto relacionado con el #Brexit. Todos los análisis que he leído coinciden en reconocer que el procedimiento para la salida del Reino Unido de la Unión Europea está rodeado de incógnitas. O sea, que el protocolo es ambiguo, y se presta a muchas interpretaciones. No lo entiendo. Si creas una organización, o un club, tienes que prever siempre procedimientos y normas para quien quiera abandonarlo. Si decides entrar, también puedes querer salir. Algunos prefieren la política del avestruz evitando dejar esta cuestión clara creyendo que así impiden que se considere como una opción, pero la vida no funciona así. Además de irresponsable, es un signo de arrogancia dar por hecho que lo que uno crea es demasiado bueno para que nadie quiera dejarlo. El #Brexit refleja eso, y deberíamos aprender de lo que está pasando.
Es incomprensible que la UE no tenga definido y legislado, de forma cristalina, el procedimiento y las condiciones de salida de cualquier miembro, porque esas pautas condicionan la evaluación que se haga de si conviene salir o no. Los costes que implica salir van a afectar, y mucho, el balance neto que cada ciudadano/a se haga para tomar la decisión de si conviene irse. Que las condiciones de salida sean ambiguas abona el camino al populismo y la demagogia, como parece haber sido el caso.